femenino / masculino (o escafandra imperfecta)
todo el cuerpo volcado hacia un costado del círculo
arrastrado en pasos incompletos
/ casi incinerado en manchas de humedad consumidas
o en sarpullidos de juventud viciada /
pocas veces se nos puede mojar una imagen mientras buceamos
a expensas de nuestro género y número
a expensas del agua que pueda acumulársenos
entre los ruidos que menos nos dialogan /
entre nosotros
y el que nos ata las muñecas y la piedra en el cuello
la gota que devolvió el vaso
Hay un candado roto abajo del mar.
Tiene la llave puesta, porque pretende
– como todos nosotros- disimular su imperfección.
Tengo aire en el pelo y,
más acá del absurdo y del olor a muerte,
hablan los pensamientos.
El cielo camina despacio,
como arrastrándose en puntas de pie para no despertarme,
y así sorprenderme en la búsqueda,
y en la elección del trascendental
instante fétido.
Una familia de pequeños esciénidos se acomoda
debajo de las algas vecinas.
¿Será para dormir?
¿O acaso las percas marinas no duermen
ni existen?
Los pulmones zumban
En la orilla, unas primas segundas lloran,
y el equipo de rescate pretende
con sus naranjas chillones de trajes de baño
calmar a la chusma y esconder,
en la parte de atrás de las columnas podridas del muelle,
los gritos de los pájaros y los aplausos para los niños perdidos.
Alguien se ahoga
y esa voz que me canta canciones de la infancia
se acerca un poco.
Está diciendo que me quede,
que el cordón de la vereda tiene arena seca para no resbalarse, y que ella prefiere leer la aventura en folletín,
de ser posible desde el cerro más alto
para puntuar lo que esté
mal redactado.
Ella- como alguien dijo una vez- es mi otro yo, pero no es yo misma. Es ella misma.
Me conoce- creo- desde que fui engendro, y lleva
en la sangre
otra mixtura grasienta
que es mi propia sangre.
Dos brazos (de los que sólo el sexo opuesto puede dotarse)
me chupan hasta el borde
y me empujan.
El cielo- ahora puedo verlo de frente- ha vuelto a su lugar.
Ya no me ahogo
pero sigo teniendo aire en el pelo,
un candado roto en la mano
y agua de sal
en todos los ojos.
el trabajo y los días
empieza la tormenta y ahora sé
que sos la única lluvia capaz de adivinarnos
todavía corren monstruos por las venas de esta selva;
me pregunto cuántas pesadillas más
vas a alcanzar a resolverme.
Vanesa Almada Noguerón nace en la ciudad de La Plata (Buenos Aires, Argentina), en 1980. Tiene estudios en Letras y en Gestión Cultural. Su labor literaria ha recibido diversos reconocimientos, entre los cuales se cuentan el Premio Poesía de las Américas (2008), Premio Municipal de Cultura CMC (2012), Premio Latin American Intercultural Alliance (2013) . Parte de su trabajo se encuentra disponible en las revistas de creación literaria Desnuca2, La Avispa, SEA Digital (Arg.), Pangea (Ciudad de Salamanca), Ergo (Universitat de València) y El Humo (Querétaro, México).